El respeto de la gente

Entrevista a Milka González integrante de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos

Es la madre de Ruben Prieto González, para los que lo conocimos, Cachito. El 30 de setiembre de 1976 fue secuestrado en Buenos Aires. Desde entonces Milka lo busca. Protagonista de las luchas de Familiares y de FEDEFAM, fue la oradora de la última marcha de la campaña por la anulación de la Ley de Caducidad.

Comenzó como todas las madres encontrándose con otras que hacían los mismos trámites. Luego de varias reuniones decidieron formar un grupo para que “los reclamos en forma coordinada  tuvieran un poco más de fuerza”. Se encontraban en Buenos Aires porque les decían que acá no tenían “nada que reclamar porque acá no había sucedido, que acá no sucedían esas cosas”.

En Argentina encontraron un gran apoyo en los abogados del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Milka recuerda también a “los muchachos que estaban allá: Alberto Correa, Milton Romani, Mariela Salaberry”. Acá “marchábamos a impulso”, nos cuenta, “organizados por Luz Ibarburu y su marido. El esposo de Luz era escribano, nos asesoraba y nos escribía las cartas que nosotros firmábamos. No iba a los actos pero contribuía mucho desde la casa”. Entre los colaboradores que el grupo tuvo en Uruguay Milka señala un momento clave, “cuando se incorporó la gente de acá”. Habían pasado años haciendo los trámites unos por un lado y otros por otro. En eso incidió Amalia González y también Perico. Él “hizo mucho para que nos uniéramos”, nos dice. A partir de entonces tuvieron el apoyo de la iglesia y de los abogados del Instituto de Estudios Legales y Sociales de Uruguay (IELSUR). De ellos recuerda a Jorge Pan y a Alejandro Artucio. “También colaboró mucho con Familiares,  Oscar Boglioli de la Iglesia Metodista”, recuerda.

“Empezamos a ir a la Plaza Libertad cuando la huelga de hambre de los presos. Al principio éramos unas pocas y después se llenó de gente.  Resolvimos dejarlo después de perder el referéndum. Nos costó mucho dejar la Plaza”.

Mientras tanto un convencimiento iba creciendo dentro de ella. Por ejemplo, cuando aparecieron los sobrevivientes de Automotoras Orletti: “Vivíamos en Av. Italia. Vi pasar la caravana cuando iban a Shangrilá y la vi pasar de vuelta. Iban todos los milicos. Ese teatro yo no me lo tragué nunca. ´Aparecieron estos y los otros ¿por qué no?´, decía yo.  Para mí fue el pesimismo total. Además tocó timbre una señora de cierta edad, vestida muy modestamente, ni me habló, me trajo la cédula de Cacho, me hizo seña de que no quería hablar. Y se fue. Ya eso… fue para mí la confirmación de que no lo iba a ver nunca más. Había hablado por última vez con él el día de su cumpleaños del año ´76. Él desapareció en setiembre y cumplía el día 23. Yo tenía el teléfono intervenido. Había ido al médico y vine volando porque sabía que seis y media me iba a llamar. Apenas le dije: “Hola, ¿cómo estás?” me cortaron y fue la última vez que le oí la voz. Él desapareció el 30.

“En junio me habían mandado la nena. Por una persona que yo ni conocía. Me avisaron que la fuera a buscar al aeropuerto. María Victoria era chiquitita. Cuando abrí la valija, pensé: ellos se despidieron de la nena. No piensan verla más. Porque venía todo en la valija. Hasta una malla de baño y era invierno. Ahí se me vino el mundo abajo porque ya me di cuenta…”.

“Fui siempre pesimista en cuanto a encontrarlos. Nos mandaban a Argentina. Todas las manifestaciones que hacíamos, venían los milicos a disolverlas. Sabían quiénes éramos, nos seguían. Un año, estábamos en una plazoleta y cayeron los milicos con las “chanchitas” a pedirnos documentos. Cuando Luz se los fue a dar, él dijo: No. Usted es Luz Ibarburu de Recagno”.

“En un primer tiempo usamos un pañuelo blanco. Pero después decidimos tener algo nuestro. Empezamos a usar el escapulario que era la foto del desaparecido y la cinta con los colores de la bandera”.

En cuanto a esos objetivos que han sido emblemáticos para familiares como la memoria, la verdad  y la justicia, Milka siempre ha sido “pesimista”. Se da cuenta de que la condena de los militares por los crímenes contra su hijo y 28 casos más, a 25 y 30 años de prisión, es un paso. “Haber logrado eso es un avance. Por lo menos no están disfrutando como si nada de su vida. Porque el que estés recluido no es lo mismo que estar viviendo normalmente”. Pero siente que falta un juicio público como los juicios orales de Argentina.

El informe que hicieron los historiadores a solicitud de Presidencia también le parece insuficiente. “A mí me gustaría una verdad que incluya quiénes lo hicieron”, me dice.

Cuando le pregunto si tiene expectativas de avanzar con la sentencia de la CIDH y el que presidencia haya sacado los 88 casos del amparo de la Ley de Caducidad me contesta que no se cierra “a la esperanza de que se haga algo”. Su sensación es que las políticas reparatorias han sido insuficientes. “Todos estos años no he logrado nada. Me siento como vacía. La sociedad sí ha cambiado, antes ni nos creían. Nunca tuvimos que hacer publicidad para las marchas del 20 de mayo. El respeto de la gente sí existe”.

*Publicada en la revista  Noteolvides

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